Las digresiones de Javier Marías
Nadie ha manejado jamás las digresiones como Javier Marías. En Tomás Nevinson alcanza una cima literaria irrepetible
Tomás Nevinson (Alfaguara, 2021)
En el preámbulo a la entrevista con Javier Marías, la única a un autor español que se recoge en los dos volúmenes de The Paris Review, Entrevistas 1984-2012 (Acantilado, 2020), dice su autora, Sara Fay, que las novelas del escritor madrileño son “especulativas y desapegadas, elegantes y clásicas”.
Tras leer Tomás Nevinson, involuntario punto final a su carrera, se puede coincidir con la entrevistadora en sus dos adjetivos finales, aspectos ambos sobre los que el paso del tiempo actúa sin sosiego, permitiéndole desarrollar un estilo propio, pulido y evolucionado y a la vez convirtiéndolo en referente de una literatura culta, casi canónica.
Al contrario, en nada estoy de acuerdo con que exista aqui, me atrevería a decir que tampoco en el resto de la obra de Marías, especulación o desapego alguno. En cambio no parece un atrevimiento incluir esos dos términos en esa letanía de frases hechas alrededor de la obra de Marías: “novelas que no parecen españolas”, “novelas que parecen traducciones” -por la formación y el desempeño de su autor en este campo, imaginamos- y el más superficial y ridículo de ellos, “literatura para mujeres”. Como si la hubiese o fuese un subgénero.
Mucho más idóneos son los otros dos adjetivos. Sirven ambos para describir una literatura que permanecerá, reconocible contra los vientos y las mareas de las modas y sus autoficciones, por mucho que personajes e historias de su obra sean siempre deudores de la formación, británica y española, de su creador.
En esta novela Marías inmiscuye al lector, le involucra en la vida de Tomás y en la de aquellas que le rodean (las tres mujeres a las que debe conocer y “ver” -la cualidad principal que le hizo ser reclutado como espía en su época de estudiante en Oxford por los servicios secretos británicos, época de la que ahora es incapaz de escapar - para identificar entre ellas a una terrorista irlandesa y le rodea de un marco histórico, el terrorismo etarra de los años de plomo, narrados ahora con perspectiva y honestidad.
Es innegable que Marías no es un escritor fácil o cómodo. Necesita de lectores exigentes y capaces de atravesar senderos que por momentos parecen bifurcarse en exceso, esas digresiones, una capacidad, siempre controlada, de “irse por las ramas”, algo que a buen seguro habrá hecho tirar la toalla a no pocos de ellos.
Pero la valentía tiene una recompensa y Marías premia al lector por mantenerse vigilante y acompañar a los personajes y sus historias. Sus párrafos, las piezas hiladas de su prosa nos devuelven siempre, sin descarrilar, a la narración principal. Ahí aparecen como siempre, su enorme bagaje intelectual, la continua reflexión en su obra acerca de lo ético y los límites morales (el terrorismo de estado, matar para evitar posibles crímenes, como si aquel no lo fuera, en este caso) y su extraordinaria habilidad para describir sensaciones por todos experimentadas en alguna ocasión -la escena en la primera cita entre María Viana y el protagonista, Tomás Nevinson/Miguel Centurión sirva como ejemplo- y que Marías, genio contemporáneo de nuestras letras, rey de Redonda, ve y narra por nosotros.